viernes, 28 de septiembre de 2012

Café y cigarro, muñeco de barro

Cuando se junta la gana de cagar con la de mear en un ambiente no apto para defecar, eres el ser viviente con menos capacidad de decidir su inmediato futuro.

Se te contraen las entrañas para luego expandirse bruscamente, te entran sudores fríos, intentas mear sin más, pero los restos de la cena y el desayuno empujan como si fueren los 300 espartanos, tu les dejas ver la luz, y ellos aprovechan.

Mear es imposible, convulsionas, y bailas, mucho, porque te gusta, y sobre todo, porque es lo único que puedes hacer.

Y a esto ha llegado la especie humana, los dueños del planeta, que por nuestros ridículos tabúes y costumbres hemos de aguantar las ganas de cagar y mear hasta límites insospechados. Y es que creemos en una falsa libertad, una libertad creada por el ser humano, orientada a sentirse bien con uno mismo pero sin desentonar demasiado con la corriente.

Por eso, voy a empezar a defecar en parques y en la vía pública, y las multas que me pongan, serán proporcionales a la locura purista a la que hemos llegado.

...




No, no voy a cagar en la calle.



Porque no tengo dinero.


Y me da vergüenza.








Lo siento.

No hay comentarios:

Publicar un comentario